miércoles, 19 de mayo de 2010

Piedra, Luna y Sol



Hace algún tiempo me encantaba la luna, era mía por derecho propio, me pasaba noches enteras contemplándola, inclusive algunas veces pasaba las tardes y el día entero absorto en su imagen o con ella fija en el pensamiento. Me dediqué a estudiarla, cada parte, cada cráter de su pálida faz. Se me antojaba la cosa más hermosa que el ser humano pudiera disfrutar.

A su débil pero mágica luz mil planes elaboré, algunas noches se me antojaba que mi espíritu se elevaba en un haz de luz sereno y que la hermosa blanca me tomaba y me llenaba el pecho de una extrañamente fría sensación de paz, añoraba ser mordido por alguna criatura vampírica o tal vez un licántropo para así estar vinculado místicamente a mi encantador satélite, que controlaba las mareas internas de mi ser. Una vida eterna de sufrimiento como criatura maldita no me parecía un precio excesivo por tener a cambio esos ojos no humanos para ver lo que se escapa a la indigna mirada de simples mortales en las espectrales noches, verla a Ella así, valía la pena cualquier sufrimiento

Tal fijación sobrenatural no podía durar demasiado, a medida que profundizaba más y más en sus misterios y su significado, entendía la traición que nos juega el pérfido astro, al negarnos cruelmente el acceso a sus deliciosos misterios, cada vez aprendía más y me hastiaba. Poco a poco comencé a sufrir el desencanto, hasta que un día un día me sorprendí al notar que la luna ahora se me antojaba siniestra, que a la pálida luz de su agonizante brillo las figuras adquieren un pérfido espectro, y las sombras que proyectan los cuerpos pueden interpretarse de cualquier forma aterradora. Sucedió que ya no podía encontrar sosiego en las noches que tanto había amado y mi vista huía de la bóveda nocturna, y si por algún motivo mis ojos se topaban con el pérfido astro, desviaba la mirada con rencor y miedo de aquello que me había sido tan querido, por lo que sentía vergüenza y pena en mi corazón.

Las noches jamás volvieron a ser lo que eran, me encerraba tan pronto empezaba a oscurecer, y me procuré una abundante cantidad de calmantes y somníferos con los que eliminaba la conciencia desactivando mi sistema nervioso apenas presentía la caída de la temida noche.

Como resultado obvio al huir de las horas nocturnas, descubrí algo que era totalmente nuevo para mí, la acogedora temperatura de la mañana. Así fue que comenzó todo, cómo me vi obligado a dormir más de lo acostumbrado, al despuntar la mañana estaba despierto y lleno de energía, lo cual era toda una novedad, siendo que había crecido como criatura nocturna desde muy joven. En realidad ya no recordaba cómo era este mundano lugar antes de las 12 del día…

Cada cosa que experimentaba me parecía deliciosamente extraña, pues nunca había reparado en cosas sencillas y mucho menos en la belleza pura que encerraban, en mis caminatas muy temprano en la mañana pude observar a una pequeña ave azul-grisácea cuando cazaba hormigas con un estilo y precisión digno de admirar y además con una tranquilidad que me produjo envidia. Las hojas se movían a veces a un ritmo pausado y a veces se agitaban de improviso por una suave ráfaga. Inclusive aprendí a medir el tiempo que se demoraba en llegar hasta mi rostro la brisa que agitaba las ramas y las hojas. Para mí esa sensación era la perfecta definición de felicidad, sonreía y cerraba los ojos un instante cuando eso sucedía. También vi las flores que parecían sudar, bañadas por el rocío que antes marcaba la hora de mi retirada, la brisa fresca, húmeda, impregnada de aromas que no alcanzaba a descifrar…

Mi recorrido de todas las mañanas atravesaba un pequeño parque, que aunque diminuto albergaba cierta cantidad de vida animal consistente en algunas ardillas neuróticas, dos perros callejeros, muchos insectos y uno que otro anfibio desubicado. A diario los observaba y los estudiaba, me soslayaba en esos momentos, pasaba las horas que antes hubiera dedicado a la televisión, sin hacer otra cosa que verlos moverse entre los arboles sin ninguna preocupación, allí en ese pequeño rinconcito verde enclavado en el cruel concreto que reprime a los hombres, me sentía en comunión con algo indescriptible…. fueron los mejores días de mi existencia como ser humano.

Mi vida apenas tomaba algo de normalidad, algo de cordura, me reintegraba satisfactoriamente a mi trabajo,… cuando sucedió. Estaba en el parque tomando mi desayuno y observé una pelea que se había desatado entre dos ardillas. Me parecía ridículo el motivo de la contienda, ¿qué sería lo que las impulsaba a la violencia?, alguna semilla roída o acaso el amor de una hembra? cuando la ardilla perdedora de la contienda, se alejaba hacia su escondrijo, se detuvo durante un momento y volvió la mirada hacia el lugar donde yo me encontraba, con mi jugo de naranja a punto de llevarlo a mi boca. Era una mirada digna, no pedía compasión,… infundía respeto. El cuerpo erguido en dos patas en una actitud casi humana. Al fondo, algo de verde en el césped y en algunas hojas de una planta de nombre desconocido formaban un paisaje hermoso, una composición artística, surgida sin la manipulación de ninguna mente insípida de fotógrafo de medio pelo.

Entonces fue allí cuando lo vi, aquel haz de luz que se filtraba por entre las hojas y ramas de los arboles de los alrededores, y golpeaba justo detrás del cuerpo del diminuto animal. Habían varios y parecían dedos que estuvieran a punto de tocar a la vencida criatura. Partículas que gracias a la luz que bañaba el lugar parecían de un blanco puro y brillante y flotaban dentro de los rayos de luz que se movían suavemente según el movimiento de las copas de los arboles. Caía allí suavemente y sin darme cuenta, en otro poderoso influjo, esta armonía que en ese momento me parecía cautivadora me llevaría a elaborar una serie de intrincados pensamientos en un nivel de conciencia diferente al de hacía unos meses atrás, cuando mi vida la ocupaba en el deambular nocturno.

El brillo encendido en la mirada del insignificante animal parecía recriminarme, como si me recriminara, parecía echarme en cara que mi raza se organizaba a gran escala para pelear a muerte por cosas inexistentes, creaciones de la mente trasnochada de algún imbécil influyente en los inicios del tiempo, y entonces, pensándolo bien, ya no me parecía tan mal motivo un pedazo de semilla vieja.

Casi toda esa mañana estudié el comportamiento de la luz solar que parecía revelar todas las cosas y permitía observar lo bueno en cada cosa. Sentado justo sobre el lugar en el que estaba la ardilla, dirigí la mirada hacia los agujeros que dejaban filtrar esa radiante sustancia que acariciaba mis mejillas. No podía fijar la vista por mucho tiempo en ninguno de ellos, eran tan brillantes que me hería los ojos. Al avanzar el día, la sensación se hacía más fuerte y dolía en la frente, pero no me importaba, por el contrario sentía fascinación al comprobar que bajo esta poderosa luz, todo parecía bueno. Lo sensual, que había pensado era una sensación reservada para la noche y su luna, se me rebeló en toda su plenitud al llegar el medio día.

El sol me sumergía en un delicioso olvido, me reconfortaba, me llenaba de calor cada hueso, podía sentir como era expulsado el gélido nocturno que se había apoderado de mi cuerpo durante tanto tiempo de consagración al estúpido culto de una Diosa fría y anacrónica, patrona de atolondrados, enamorados lerdos y bastos, amantes ilegales y cobardes, asesinos de hombres y de ilusiones, violadores de lo humano y de lo divino , ladronzuelos de poca monta y ¿cómo no?, lunáticos dementes, no extrañaba para nada el templo abominable en el que antes había oficiado con tanto fervor, ni el manto nocturno que cobijaba a todas las criaturas por igual, ni a su blanca comandante que les anima y permite dar rienda suelta a sus fechorías.

La palidez casi enfermiza que siempre me acompañaba resultado de mis hábitos nocturnos y de la regularidad y disciplina con que los practicaba poco a poco fue desapareciendo, mi carne flácida parecía alimentarse de la energía del divino astro, mi salud física y mental parecía experimentar cierta mejoría, las sombras extrañas y lúgubres donde podía esconderse el espectro de la muerte habían desaparecido y mi espíritu se había alejado de la contemplación metafísica para estar más en contacto con la belleza del mundo que latía en todas partes y se dejaba observar sin reservarse ningún detalle, totalmente distinta a la oscura noche que todo lo oculta en su putrefacto vestido obscuro.

Claro que olvidé mi verdadero destino, hechizado lo olvidé todo, la luna, la noche, y sin darme cuenta, mi alma. Un día descubrí que la había perdido, me imagino que me había permitido bajo el influjo de la cálida sensación, elevarla demasiado. Ahora sentía más confianza y obraba con una desenvoltura a las que jamás me permití con mi anterior delirio. Me confundí y me perdí, mi piel recibía indolente castigo. Hasta se podían observar pruebas físicas del maltrato del supremo dorado, mis labios mostraban ya no las inofensivas manchas blancas de los primeros días de exposición, sino terribles llagas. Igualmente mi espalda en llamas, cuando el epitelio se dejaba escurrir de mis hombros vencidos por su constante azote. El sol iba ascendiendo como si se complaciera en sofocarme mientras yo lo único que hacía era adorarle con sincero afecto.

Aunque no deseaba renunciar, empezaba a pensar con mi adolorida carne que esta fijación no sería nada positiva. Me esmeraba en seguir adorando al refulgente, pero terminé por comprender que semejante culto era imposible de profesar por algo que recompensaba con tan cruel trato. Entonces vino a mí el dolor alguna vez ya experimentado y me retiré decepcionado y con un no sé qué en el pecho, no sé si era angustia porque sabía que no podía elevar la mirada al firmamento pues en todas partes estaba su poderosa presencia. Me maldije a mí mismo y tuve la seguridad de que ahora, los días tampoco volverían a ser lo que eran...

Lógicamente el único camino que me quedaba era el ostracismo, así que me encerré, me sepulté en vida para no ver a los dos imperturbables que tan poderosamente habían influido en mi vida. Los sabía indiferentes a mis afanes y preocupaciones, ignorantes de cuánto habían conmovido mi espíritu, culpables de llevar mi mente lejos de mi dominio. Confundido y perdido trate de hallar refugio en la soledad y como compañía de mis horas solo tenía unos cuantos buenos libros y la luz eléctrica. Ésta no representaba ningún peligro ni amenaza, pues no tenía ningún sentido metafísico, lo único que me interesaba. Esta cosa insulsa y sin significado era un invento humano, otra sosa creación de esa burda criatura que en su estupidez y en nombre de la utilidad ha llevado lo artificial a todos los aspectos de su ser, corrompiéndose a sí mismo y a toda la creación, abdicando al trono de lo sobrenatural, sin siquiera sospechar que era su derecho divino desde el mismo momento que tomo conciencia de su humanidad, el aspirar a algo más que una vida vacía y sin sentido, condenada a los límites de la realidad material.

La luna y el sol, eran para mí dioses y amantes, cada cual a su manera. Intenté adentrarme en su misterio antiquísimo y en el proceso casi resulto demente. Ahora estaba aquí encerrado, con el mentón apoyado en mi mano, meditando profundamente sobre el sentido de la vida y de las cosas, ocupado en el bombillito amarillo que irradia sin cesar su luz contaminante por toda la habitación, y de pronto lo fui entendiendo y me embargaba la tristeza a medida que comprendía lo que el hombre había sacrificado por su insensatez. Empecé a fijarme en todo lo artificial que rodeaba toda mi habitación, cada cosa era un intento de cosificarme, de arrebatarme mi individualidad, de corromper mi espíritu, de quitarme la posibilidad de ser lo que debo ser. Intentos estúpidos por sustituir lo sagrado por algo vacío, convertir todo en algo susceptible de ser comprado y vendido, la comida, la luz, el agua, el frio, el amor, todo lo puedes conseguir a cambio de unos cuantos papeles al cual en tu mente debe tener un valor que en realidad no existe. La burla es completa, con estos billetes que no tienen valor adquieres objetos que no significan nada.

Tu comida te cansa, quisieras algo distinto pues no tiene nada de especial, si acaso tuvieras que cazar para comer ¿sentirías lo mismo? Si acaso tus alimentos te los prepara ese ser que amas y que desearías tener a tu lado pero fue arrancado de tu vida por la muerte ¿te cansarías de comer siempre lo mismo? Tendría otro valor, ¿no es cierto?, ¿experimentas alguna emoción o sensación cuando con solo accionar un botón tienes luz instantánea?, ¿Has visto un amanecer sin sentir absolutamente nada?

Si la temperatura de tu hogar no es de tu agrado no puedes simplemente aceptar la ligera incomodidad como un hecho natural de estar vivo, debes exclamar: “no soporto vivir así” y adquirir un aparato electrónico que al módico costo de destruir el medio ambiente de las demás criaturas que existen, te proporcionara una temperatura que satisfaga tu capricho.

¿Acaso alguna vez al abrir el grifo del agua has sido consciente así sea durante un segundo que irremediablemente se corromperá algo hermoso? ¿Quién te crees para cometer semejante abominación sin ni siquiera prestarle atención? En la naturaleza esa noble materia jamás tocaría algo como una cañería, es algo deplorable, debería haber por lo menos un momento de reflexión sobre esto ¿Acaso es tu derecho utilizar, contaminar, transmutar la naturaleza de las cosas?

Así como le hemos puesto precio a los elementos, a las necesidades y a las ideas, también así se lo han puesto a las pasiones, a los sentimientos y finalmente a las personas. La virginidad puede subastarse por internet y miles de idiotas con un sonrisa pícara dirán que un millón de dólares es mucho dinero y que es un muy buen negocio, se harán bromas de esto y de cualquier tema en el que el dinero o el poder (que es lo mismo al fin y al cabo) despojen al ser humano de su dignidad, sin darse cuenta que mucho dinero es solo mucho papel para comprar cosas que no sirven para nada más que para recordarle a su propietario que tiene un vacío que solo puede llenar con más cosas que no tienen ningún valor y que su vida está llena de sensaciones que no vale la pena experimentar.

Otros obrando mas disimuladamente no piden directamente el dinero a cambio de “amor” sino que se “enamoran” de un buen partido, de una “persona decente”, de los “detalles” que al fin y al cabo son otra forma de decir dinero, dinero, dinero.

Algunos más sinceros se “enamoran” de los ojos, las piernas, las manos, el culo y las tetas, el miembro más grande, o el tipo más alto. Infinitamente mejor que lo hagan conscientemente y no como la mayoría de idiotas que dicen estar enamorados y lo dicen con intima convicción simplemente porque están tan alienados que no saben si lo que sientes es interés o conveniencia, deseo sexual o de verdad un sentimiento profundo que podríamos definir como amor.

Así que se compra y se vende todo, sin sospechar lo que hacemos, sin saber lo que vendemos ni lo que compramos, sin sospechar que cuando compramos vendemos… el alma.

Tenía la mirada fija en el resplandeciente bombillito amarillito, recordaba la luna y el sol, la brisa y el agua, el frio, la noche, el día, ahora comprendía, me dolían los ojos pero empezaba a ver, y lo que veía eran cosas por doquier. Asqueado entonces, decidí expulsar todo lo no humano, todo lo no divino de mi sagrado lugar de recogimiento interior, lleno de furia arranqué todo lo que cubría mi cuerpo, destrocé con mis manos los muebles y utensilios que me rodeaban, tome la ultima silla y la acerque a la pared, donde en lo alto el maldito foco de luz estaba lejos de mi alcance y seguía como si nada, irradiando su traidora y cínica luminiscencia corruptora del alma humana. La sangre corrió entre mis dedos al momento de destruir el maldito objeto de vidrio, algunas chispas eléctricas brillaron con la pequeña explosión y sentí un leve temblor, tal vez satisfacción por el deber cumplido, y luego, oscuridad total y un silencio profundo.

Descubrí que ahora poseo unos ojos no humanos, en la absoluta penumbra de este recinto del que jamás saldré. He visto claramente la luz, he sido liberado gracias al raciocinio. Lo que ilumina mi espíritu no tiene fuente en ningún Dios ni astro ni en ninguna otra invención fútil de homínido sobre desarrollado, esta brilla inclusive en esta penumbra absoluta y jamás me traicionará, ni decepcionará. Ahora poseo todo lo que alguna vez añoré, en este momento lo entiendo todo, ahora solo quiero refugiarme en la nada y disfrutar un poco de este silencio y quietud imperturbables.


“¿No se ha dicho acaso que el sol desvía nuestra atención de lo intelectual para dirigirla hacia lo sensual? Aturde y hechiza de tal modo el entendimiento y la memoria, el alma queda sumida en tales delicias, que olvida su verdadero destino, y su asombrada admiración se hunde en la contemplación de los objetos más bellos que el sol puede iluminar.”

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