Escuchaba como lejano
el susurro del viento esa noche, mientras me dirigía a la clínica veía
disfraces por todas partes los niños corrían pidiendo golosinas los adultos
con sus mascaras estrafalarias y muchas veces ridículas.
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Mi hermana constantemente
me preguntaba si me dolía mucho, yo para tranquilizarla le contestaba que no,
como si mintiéndole pudiese calmar ese dolor terrible que salía de mis entrañas.
La verdad es que jamás pensé que pudiese llegar a este término estaba a punto
de dar a luz y mientras el taxi transitaba por las calles una angustia enorme
se apoderaba de mi al pensar en la in mensa responsabilidad que conlleva
tener bajo tu cuidado una criatura tan indefensa, ¡por Dios¡ ¿Qué iba hacer?
si ni siquiera sabía poner un panal.
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El
taxi parquea enfrente de la clínica, mi hermana y mi madrina me ayudan a
bajar, me toman los datos en recepción, me dan el ingreso; inmediatamente una
joven doctora se dirige hacia a mi diciéndome que me quite la ropa interior
para hacerme un tacto, de ahí en adelante me hicieron como una docena de
tactos entre doctores y enfermeras.
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Mientras
llegaba el momento recordaba los últimos años como en cortometrajes de cine la muerte de mi
madre, lo que más recuerdo de esa terrible noche es que estaba atónita
mirando cómo se iba la luz, la vida de sus ojos grandes y marrones,
que cuando sonreía primero lo hacían ellos lo mismo cuando se enojaba; esos ojos que
expresaban tanto y.... a la vez ocultaban mucho, lo que más
me dolía era pensar en que jamás volvería a ver esa vida, esa fuerza en ningún
otro par de ojos.
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Luego de eso mi vida transcurrió
sin sobresaltos, más bien un poco aburrida, dando tumbos de aquí para allá,
tratando de encontrar no se que, estaba como perdida en el espacio y en el
tiempo que se lo traga a una de un
solo bocado. De repente mis recuerdos son interrumpidos por un doctor de ojos
verdes que nuevamente me revisa la entrepierna a esas alturas una ya ha
perdido hasta el mínimo rastro de dignidad y decoro; luego mira el reloj impaciente y de su boca
surge una mueca de desagrado, no le presto atención me incorporo lentamente a pesar del
dolor que inunda todo mi ser y observo a través de la ventana como aparecen tímidamente
los primeros rayos de sol.
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De
pronto me acuerdo de cierto estribillo de una canción, zumba en mis oídos
intermitentemente (después de la tormenta siempre viene la calma ... ) sonrío
de mala gana y me digo para mis adentros “ la tormenta ha sido demasiado
larga y densa para mi”; me levanto y
empiezo a caminar creyendo que eso agilizara el proceso, camino por el
pasillo y nuevamente me empieza a embargar el miedo de que dentro de unas
horas seré madre entonces me imagino como será el, seré lo suficientemente fuerte para él y si mi instinto
de madre no se activa nunca, siempre sospechado que nací sin él. Siento un
terrible deseo de ir al baño y acudo inmediatamente y pujo con fuerza pera
siento que ha llegado el momento se lo comunico a un enfermero que estaba de ronda y
este me toma molesto del brazo me mira como diciéndome que estúpida y me
arrastra a la sala de partos.
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Me veo
tendida como en una especie de potro, con las piernas abiertas y totalmente
desnuda, tiritando de frío y con el mas apabullante dolor que en toda mi
existencia haya sentido y pujo con toda mi fuerza y al cuarto pujo escucho
que el médico dice: ya esta; mira la
hora y dice: - 11 y media am.
Es en
ese momento en que lo veo y él
me mira, mientras el enfermero lo limpia y lo viste el no deja de mirarme, de repente todo empieza a
encajar, sus ojos están llenos de vida, de una luz que me enceguece y me
perturba, es como si tuviese
un hambre pasmosa de vivir lo tomo entre mis brazos y el no me quita sus enormes ojos
cafés de encima como diciéndome bien ya estoy aquí contigo deja de arrastrar
soledades y mírame.
ANGELICA PORTILLA
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